Un equipo de fútbol es como un cuerpo humano, tiene varios órganos vitales que pueden afectar al resto si no funcionan correctamente. En el Valencia no funcionaba nada; la dirección –tanto técnica como administrativa- no estaba consiguiendo pensar con claridad y dar las órdenes correctas; la plantilla no lograba ser el esqueleto sólido que mantiene en pie al club; y la afición, en lugar de actuar como los músculos que consiguen mover y proteger a su estructura ósea, estaban presionándola con una fuerza que iba a fracturarla.
Alesanco, Vicente, Voro y Mateu Alemany fueron los nombres de los medicamentos que trataron de corregir las tremendas disfunciones cerebrales (directivas) que lastraban al conjunto biológico. Pero debido a que su introducción fue muy paulatina, las mejoras –si es que las ha habido- no se han notado como debieran, salvo algún despunte puntual.
Así, llegados al tramo final de la temporada, el cerebro sigue sin funcionar correctamente; sin embargo, algo ha hecho que huesos y músculos parezcan cada vez más afines, moviéndose al mismo compás. Y gran parte del mérito en esta complicadísima tarea reside en una sola modificación, en el paso de un agente externo a interno. El Valencia tiene que dar gracias a la limpieza de la nueva sangre que le riega y le aporta energía.
Hasta la llegada de este factor decisivo, a través del sistema ché corría una sangre sucia, tóxica, que manchaba todo allá por donde pasaba. Las derrotas, los desplantes desde la directiva, la marcha de algunos de los jugadores más importantes y queridos… muchas eran las causas que habían contribuido a corromper cada una de las células, y la infección se estaba haciendo imparable. Pero llegó él.
Un 10 de diciembre del pasado 2016, en Anoeta, Mario Suárez se hacía daño en el tobillo y tenía que ser sustituido hacia el minuto 78. Pocas veces había sido más cierto el conocido refrán que reza: “no hay mal que por bien no venga”; y es que, ese día, iba a poner luz en una de las temporadas más oscuras de la historia reciente del Valencia. El partido terminó con derrota –una más-, pero esta vez, la sensación era muy diferente: el sistema muscular (afición) tenía, de pronto, un extra de oxígeno, que convertía su extenuación en simple cansancio y añadía algo inédito en muchos (muchísimos) meses, la ilusión. Un tal Carlos Soler Barragán había ocupado el puesto de Mario Suárez en el campo, y el de muchos ídolos pasados en el corazón del valencianismo.
A pesar de la insistencia de la afición, tuvieron que pasar once días para ver el debut del jovencísimo Carlos en el verde de su estadio, y tampoco pudo ser desde el inicio del partido, aunque eso no le impidió volver a brillar. El Leganés visitaba Valencia en Copa del Rey sin imaginarse que el arma secreta de su rival no llegaba ni a los 20 años de vida. En el minuto 57, y con 1-1 en el marcador, Enzo Pérez se retiraba del campo y dejaba su lugar a Carlos Soler, cuya carrera de entrada en el rectángulo de juego levantó una ovación que sonó extraña en un ambiente como el que se respiraba en Mestalla. Casi un 90% de efectividad en el pase, dos recuperaciones, tres faltas recibidas y dos disparos dieron la razón a todos aquellos que se habían puesto en pie para recibir al nuevo héroe. De hecho, del rechace de un remate suyo en el 89 nació el gol de la victoria. Dos apariciones bastaban para comprobar que, después de mucho buscar, el antídoto para la infección ché estaba dentro del sistema.
Desde aquel momento, la sangre limpia de Carlos Soler ha ido sustituyendo, poco a poco, todo aquel torrente putrefacto de apatía, decepción e ira. Pero no solo eso, sino que se ha convertido, en muy poco tiempo, en el protagonista absoluto del equipo. Sus actuaciones estelares han conseguido sacar al Valencia del pozo y llevarle a ganar tres partidos seguidos. En los dos últimos, ante Celta y Granada, el centrocampista ha demostrado con goles y asistencias que puede ser la solución a todos los problemas.
Juventud, calidad, desparpajo, liderazgo, último pase, buen disparo… se pueden destacar muchas de sus cualidades, muchísimas; pero, para resumir, diré, simplemente, que Carlos Soler Barragán es sangre limpia.