En el infierno que se vive en Crandon Park hay dos raquetas frías. Sin terminar de aclimatarse a la temperatura que exige una final; sin la brillantez que se preveía en los prolegómenos. Federer reescribe la Historia en Miami congelando el tiempo. Porque ni siquiera el tiempo es capaz de derretirse cuando al otro lado de la red está el suizo.
A Nadal se le cala la camiseta y la derecha. Ambas por térmica antepuesta. El manacorí no encuentra la salida en un laberinto que Federer ya ha memorizado. Pero el helvético tampoco es el de otras tardes y vive de destellos talentosos que sirven como palanca de apoyo para sacar pecho (al término) en la cita por el título.
La final más descafeinada de la rivalidad eterna tiene un sabor agridulce. Cortocircuitó de inicio y la memoria se reseteó para acabar desconectando el brío de los otros 36 duelos anteriores. Las expectativas claudicaron ante la impotencia de una pugna que, solo a ratos, pareció asemejarse a lo que se esperaba.
Y es que no hay peor enemigo para Nadal que la intermitencia. Arrancar y parar nunca fue con el mallorquín. Y hoy fue el lastre de un tenista que vuelve a chocar contra la pared cuando parecía que pasaba algo de luz a través de la claraboya de un cuadro que se abrió para él.
Federer pagó cara su prolongada victoria ante Kyrgios y se quedó atónito en una primera fase del partido en la que parecía que Rafa se había estudiado la lección de Indian Wells. El helvético rompió el silencio con el 5–3 del primer set y mantuvo a raya a Nadal a partir de ahí. El segundo acto maquilló el triunfo del suizo de soslayo y elevó al expresso un peldaño más para intentar ya, en la gira de tierra, soplarle en la nuca a Lendl. (Federer tiene 91 títulos en la Era Open; 94 el checo).
Melbourne, Indian Wells y Miami. Un trío que no capturaba desde 2006. Una jugada maestra que insta -cuanto menos- a quitarse el sombrero ante un hombre que hace lo imposible utópico. En Cayo Vizcaíno, un escalofrío sacude la rivalidad.