Carlos MATEOS – Veinte años no es nada dice el tango 'Volver'. Todo es relativo en función de la perspectiva con la que se mire. No es igual el periodo que transcurre entre los cincuenta y los setenta que el que va de los diez a los treinta. Acerca de lo primero solo teorizo. Cuando hablo de lo segundo lo hago con conocimiento de causa, abriendo los archivos de la memoria para refrescar la impresión que a las ocho primaveras me causó el asesinato de Andrés Escobar.
Desde entonces ha pasado casi una etapa escolar y otra universitaria, la adolescencia completa y cientos de vivencias que forjaron mi persona. Un paralelismo que parece haber experimentado a sí mismo la selección colombiana, convertida en la gran revelación de la fase de grupos del presente Mundial con permiso de Costa Rica.
En el fondo para el elenco cafetero ha cambiado todo sin cambiar nada. Acompañado por la fe de un país que vive como nadie los éxitos patrios, sea sobre el césped o subido a la bicicleta de Mariana Pajón durante los Juegos Olímpicos de Londres, el equipo ha aterrizado en la cita acompañado de unas altas expectativas que ya son sempiternas.
Sin embargo esta vez la presión, que llegó a ser tan asfixiante como el calor en Estados Unidos después de la histórica manita a Argentina en el Monumental, se ha relajado. Y paradójicamente esto es consecuencia de la baja del punta Radamel Falcao. Ese detalle les restó enteros de cara a la opinión pública y al mismo tiempo espoleó al resto de sus compañeros. Ha sido así como han aflorado las mejores esencias y los aromas de victoria. El plantel que dirige José Pekérman luce sonrisa sincera y baila tras los goles con el ritmo que embelesa hasta la claudicación a sus rivales.
Una agonía lenta la de todos ellos que comienza cuando piensan que a un equipo desbocado se le puede meter mano por debajo de las costuras y termina cuando se llevan en la cara los bofetones que castigan su osadía en forma de precisos contraataques. La vida sobre el alambre es 'un ratico', como diría el célebre paisano Juanes.
En ese vaivén constante, caer se contempla. Pero ese vértigo no es sino el lado oscuro del que sale noventa minutos a disfrutar. Colombia sabe que solo siendo ella misma, prendiendo fuego a las hemerotecas, puede llegar a donde otros no lo hicieron. La plantilla traslada al pasto la personalidad alegre de las personas a las que representa, deja los complejos en la percha y se viste de corto pasión.
Ayuda a ello un vestuario donde hay un superviviente de la decepción del 94. Por los cromos del 'abuelo' Mondragón no pasan los años y ayer se convirtió en el futbolista más longevo en disputar un Mundial. Sus gestos de agradecimiento impagable son el triunfo tardío de aquella generación que apuntó al cielo sin despegar los pies de la tierra.
De paseo por el grupo, algo tan antagónico a su juego como la garra charrúa será la siguiente prueba. Se enfrentan dos estilos con Brasil llamando a la puerta. La cabeza está despejada, abunda la confianza, las coreografías del maestro Armero son inagotables y hay ganas de seguir la fiesta hasta donde el cuerpo aguante. Una locura colectiva, un caos controlado. Una Uruguay dolida acepta con gusto el baile que propone Colombia.
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