Llegó en el último suspiro del mercado veraniego de 2015, como guinda a un proyecto que parecía confeccionado para retornar a Primera División. Pocos repararon en la verdadera importancia de su llegada, no muchos fueron conscientes del talento que el Almería incorporaba a su plantilla. La marcha del equipo nunca fue ni está siendo la que cabría esperar, sin embargo José Ángel Pozo siempre ha sido fiel a su estilo y a su forma de entender el fútbol, nunca se ha despegado de la magia.
Durante la última temporada y media, pese al decepcionante rendimiento de su equipo, la afición del conjunto almeriense siempre ha tenido una esperanza. Siempre se aferraron a Pozo como ese guía que podía cambiar el rumbo y el destino de su equipo, ese único jugador capaz de ver lo que nadie vislumbra y capaz de inventar aquella jugada que no existe en la mente de los demás. Futbolista menudo, de apariencia tranquila, José no es como el resto. Es diferente. Disfruta con el balón en sus pies imaginando ese pase imposible que ofrezca a sus compañeros la posibilidad de desatascar un partido. Tardó en irrumpir en el equipo, pero su estreno fue fulgurante. En su primera aparición, no tardó ni cinco minutos en anotar el gol de la victoria. Un auténtico golazo. Desde entonces, el Estadio de los Juegos del Mediterráneo lo miró con el cariño y la esperanza que generan los jugadores especiales.
Poco a poco, entró en los corazones de los almerienses. En los momentos en que el entrenador dudó de él, todos se posicionaron de parte del jugador. ¿Cómo culpar de los males del equipo a ese jugador único que es capaz de inventar victorias cuando el equipo sufre? ¿Cómo dudar del compromiso de un jugador que corre hasta la línea de fondo a salvar un balón imposible lanzándose al suelo, controlando con la cabeza, levantándose y ofreciendo una asistencia de gol?
Sin embargo, en los últimos encuentros, comienzan a escucharse murmullos cuando Pozo tiene la pelota. Los seguidores comienzan a impacientarse cuando Pozo caracolea, gira sobre sí mismo y no encuentra lo que busca. La paciencia se agota con el equipo y ese estado de ansiedad se traslada también hacia el jugador que era la última esperanza rojiblanca.
Pero Pozo no entiende el fútbol de otra manera. Él no sabe rifar el balón, no entiende de pases sin sentido, no concibe regalar un balón por no encontrar el apoyo necesario. Por su mente sólo pasa mejorar cada jugada. Es un mago, y un buen hechicero jamás desiste en su idea de ejecutar un truco a la perfección. Si en una jugada la magia no aparece, en la siguiente volverá a intentarlo, mostrando una personalidad impropia de su juventud, haciendo caso omiso al murmullo de la grada, que ya no entiende de magia, que ha olvidado que ese mago al que critican es el único capaz de desatascar a su equipo. El único que posee la visión suficiente en su mente y en sus botas para poder obrar el milagro de que su equipo mantenga la categoría.
Así son los genios, así son los magos. En ocasiones, incomprendidos, mas siempre obstinados, testarudos y descarados. Así es Pozo, ese mago que esconde fútbol a borbotones dentro de su chistera. Necesita que lo entiendan, necesita los desmarques de sus compañeros. Él tiene la capacidad de adivinarlos y ejecutarlos, porque él es el genio de la lámpara mediterránea.
Imágenes | udalmeriasad.com