Existió una época, no tan lejana, en la que Luis Enrique confiaba en Rakitic. En el último año de Xavi, había que comenzar a buscar piezas que encajaran en un puzzle que había sido perfecto. El croata no era ese jugador de control, manejo y posición que históricamente había portado el 4 a la espalda, pero añadía otras variantes para la tan repetida “evolución” que ha ido viviendo el juego del Barça. Una “evolución” que ahora es “involución”.
El Camp Nou se acostumbró pronto a la elegante cabellera rubia del croata. Un todocampista que sin lucir demasiado aparecía en ambas áreas para justificar su rol. Corregía los desequilibrios defensivos del tridente a la vez que asomaba en ataque para contribuir a la producción goleadora que se exige a la segunda línea blaugrana. Su papel en el Barça de Luis Enrique recordaba al de Keita en el Barça de Guardiola. El croata aportaba el mismo compromiso y equilibrio, pero sus cualidades técnicas y asociativas le situaban incluso en un escalón superior, el de la titularidad.
Hasta que llegó la visita al Bernabéu, la primera de Luis Enrique como entrenador del Barça. Llegaba al clásico con más puntos que buenas sensaciones, lo que llevó al técnico asturiano a blindarse ante una posible derrota que acabaría produciéndose. Eligió al medio campo de siempre (Busquets, Xavi, Iniesta), dejando a Rakitic fuera del once en la primera reválida de la temporada. Ese partido convenció a Luis Enrique que la fórmula tradicional necesitaba “evolucionar”, y el pegamento para la medular era “made in Croatia”.
A partir de esa derrota, Rakitic se convirtió en titular indiscutible, Xavi en un suplente de lujo y el Barça en un equipo resucitado que empezaba a cocinar lo que acabaría siendo un triplete espectacular. La guinda llegó en Berlín, cuando a los pocos minutos de iniciarse la final, Rakitic culminó una gran jugada colectiva para batir a Buffon y encarrilar la quinta Champions blaugrana. Era el Barça de siempre, pero con un condimento que aportaba nuevos matices balcánicos.
La siguiente temporada fue la de la confirmación. Rakitic siguió perfeccionando su llegada desde atrás, su poderío aéreo y su disparo de media distancia. Supo asentarse en un Barça más vertical y contragolpeador, aunque ello conllevara un desgaste brutal. El croata solía ser el primer cambio, pero no se intuía en la plantilla otra pieza capaz de desempeñar una función tan importante como desagradecida.
Rakitic era la prolongación de Luis Enrique en el campo. Eso hace más difícil encontrar una respuesta a la pregunta que actualmente se hacen muchos barcelonistas: ¿Por qué ya no confía en él? Esta temporada ha perdido protagonismo al mismo ritmo que el Barça perdía consistencia en su juego. Denis Suárez y André Gomes añadieron competencia para el único puesto del once que no gozaba de la etiqueta “indiscutible”, por mucho que la hubiera merecido.
El rendimiento de Rakitic, que comenzó la temporada entonado, ha ido descendiendo a medida que jugar en el centro del campo del Barça se ha convertido en un ejercicio de supervivencia. Se le ve más impreciso, lento, torpón y desfigurado. Hasta su melena rubia parece haber perdido brillo. Su caída a un segundo plano sería justificable, de no ser porque sus sustitutos han presentado todavía peores méritos que él para ocupar una plaza de interior. De Rakitic sabemos que puede cumplir a gran nivel. De otros, como mucho, podemos intuirlo. Denis Suárez, Arda Turan y Rafinha no tienen su compromiso defensivo, mientras a André le falta sintonía con el resto que compañeros. El Barça se ha confundido entre tanta rotación, perdiendo la identidad que tanto le había costado encontrar y de la que tanto ha presumido.
En París entró demasiado tarde para evitar el descalabro. Ante el Leganés, debió ser el mediocentro en ausencia de Busquets. Luis Enrique, que se encabezonó para hacer a Rakitic titular, ahora se ha obcecado para que no lo sea. Quizá todo sea cuestión de eso; de cabezonería.