Existió una época, no hace demasiado, en la que un emperador hacía temblar Europa. Con mano de hierro reinaba en el fútbol del viejo continente con una potencia desmedida y una técnica asombrosa. Con Ronaldo Nazario en la retina, y con Brasil e Italia a sus pies… Adriano sometía el fútbol europeo.
Zancada, regate, velocidad y gol. Mucho gol. La carta de presentación era simple: Iba a ser el mejor delantero de mundo. Tenía que serlo. Hace 35 años, Adriano Leite nacía en un Río de Janeiro presidido por el ambiente festivo de los carnavales. Después de una infancia en la que ya se presumía una facilidad innata para jugar al fútbol, comenzó su andadura profesional en el Flamengo.
Solo disputó una temporada en el equipo de su ciudad natal. En los 19 partidos que disputó en liga, anotó siete goles poniendo en pie a Maracaná en repetidas ocasiones. Toda Europa se fijó en el joven delantero al que le salieron novias como el Barcelona o el Manchester United. Finalmente fue el Inter de Milán el que se hizo con sus servicios. No tuvo demasiadas oportunidades en su primer año en los nerazzurri donde solo participó en ocho partidos en la Serie A (metiendo un gol). Tras otro breve paso por la Fiorentina, donde anotó seis goles en 15 partidos, recaló en el Parma. Con 26 goles en 44 partidos, por fin Adriano demostraba el potencial del que se llevaba hablando años. Tras dos años en el Parma, El Emperador volvía al Inter, pero esta vez dispuesto a triunfar.
En la temporada 2003/2004, Adriano Leite regresaba al equipo por el que dejó Brasil. Con doce tantos en su primera temporada, fue en la 2004/2005 cuando disputó su mejor año en Italia. Con Mancini a los mandos, y con compañeros como Zanetti, Materazzi o Verón, el ex delantero de Flamengo anotó 28 goles siendo el máximo goleador de la plantilla. El Inter fue campeón de copa ese temporada, siendo eliminado en cuartos de la Champions League.
La temporada siguiente, en la que el Inter se haría con el doblete nacional, sería la última gran temporada de Adriano en Europa. Con 18 goles y con varios episodios extradeportivos en los que se le relacionaba con alcohol y drogas, empezaba su rápido e imparable declive. Con solo siete goles en las siguientes dos temporadas, un aminorado Emperador volvía a Brasil.
Con 17 tantos en 29 partidos en el Sao Paulo, empezaba su tercera etapa en el Inter, que se negaba a asumir su caída. Con otra floja temporada, y con una vuelta a casa donde disputó una grandísima temporada en el Flamengo, era Roma la ciudad elegida para evitar la caída de un imperio y para prolongar la agonía de los que creían en su regreso. Corinthians, Atlético Paranense y la cuarta división de Estados Unidos (disputó un partido en el Miami United) fueron los siguientes destinos de un Rey destronado.
La sentencia era clara: El reinado de Adriano llegaba a su fin. El Imperio que tendría que haber durado muchos más años llegaba a un ocaso tan esperado como doloroso. Los regates imposibles, la insultante potencia, o los goles imparables formarán parte para siempre del libro dorado en el que uno de los mejores delanteros del Siglo era el protagonista. Fue un reinado corto, porque él lo quiso. Y quizás debía ser así. Quizás su efímero recuerdo nos haga acordarnos de aquel Emperador que hizo temblar Europa durante años. De aquel hombre que buscaba conquistar todo un continente desde Milán, la sede de lo incongruente y de lo rebelde. Siempre será recordado como aquel Rey que observó, conquistó y nos dejó un recuerdo que podía haber sido más amplio pero que no habría sido suyo. Porque fue un monarca fugaz con un reinado corto. Pero nunca lo olvidaremos.