Si como nos señala la Historia en cada uno de sus tomos, damos por sentado que en la vida todo son ciclos, parece evidente que, hasta la fecha, el del fútbol italiano fue la década de los noventa. Una plaga de éxitos deportivos para los grandes clubes del Calcio, propiciaron que el sólo rumor de cada uno de sus nombres hiciera temblar al rival más valeroso.
La hegemonía la iniciaron los dos principales dominadores del campeonato doméstico italiano a finales de los años ochenta, el Napoli de Maradona y el AC Milan de Sacchi. Los de Arrigo comenzaron ganando la Copa de Europa de 1989, para volver a hacerlo un año después y, ya con Capello al mando, llegar a 1994, golear al FC Barcelona de Cruyff y pasar a ser un equipo de leyenda.
Por su parte, los napolitanos se encargaron de abrir la veda en la segunda competición europea. La UEFA de 1989 se quedaría en Italia, en las manos de Diego Maradona, y no sería fácil que se marchara del país. La Juventus de Turín en las ediciones de 1990 y 1993, el Inter de Milan en las de 1991, 1994 y 1998, y el AC Parma en 1995 y 1999, con la colaboración del Torino finalista de 1992, parecían perpetuar a los clubes italianos como exclusivos aspirantes a tan romántica competición.
Para gracia del aficionado, hasta el año 1999 un tercer torneo era celebrado paralelamente a los dos grandes: la añorada Recopa de Europa. Aquí, la Sampdoria, que ya había perdido la final del año 1988 y la de la Liga de Campeones de 1992 contra el Dream Team, y la Lazio tuvieron su gloria, conquistando las ediciones de 1990 y 1999 respectivamente, completando con la conseguida por el Parma en el año 1993, otra brillante aportación de Italia al fútbol europeo.
De entre todos, la Juventus fue el equipo más laureado de la década, ya que a las dos copas de la UEFA, se sumaba la Liga de Campeones de 1996 que arrebató al gran Ajax de Van Gaal, tomando así el testigo del Milan como dominador de la máxima competición de clubes, al haber perdido éste las finales de 1993 y 1995 y comenzar, con esta última derrota, su decadencia. La desgracia se cebaría pronto con el equipo de Marcelo Lippi, Zidane y Del Piero, cayendo derrotado en las dos finales siguientes contra el Borussia de Dortmund y el Real Madrid y dando por concluida la supremacía italiana en Europa.
En gran parte como consecuencia de tamaños éxitos, los clubes del Calcio vivían tiempos de bonanza económica. El dinero ganado se invertía en futbolistas de primer orden internacional, siendo especialmente acertados y llamativos los casos de los holandeses del Milan (Rikjaard, Van Basten y Gullit) o los alemanes del Inter (Brehme, Matthaus y Klinsmann). Con la Ley Bosman en vigor para la temporada 1996/97, el mercado se disparó y la masiva llegada de futbolistas de todas nacionalidades y diversa calidad, propició tal cantidad de éxitos como de fracasos.
Los fiascos de los tres grandes
El AC Milan de Silvio Berlusconi fue uno de los equipos que más invirtió por jugadores foráneos durante la década. Las probabilidades de fallar, por tanto, eran mayores que las del resto.
El prematuro retiro de Marco Van Basten en 1993, aparejado a los 30 años de Jean-Pierre Papin y los 32 de Massaro y un mermado físicamente Ruud Gullit, activaron las alarmas en el equipo milanés. Tres balones de oro estaban a punto de esfumarse; la preocupación era justificada.
Para ocupar sus ausencias e intentar completar un nuevo ataque junto a los nacionales Lentini y Marco Simone, en la 1993/94 llegaron el talentoso danés Brian Laudrup y el goleador rumano Florin Raducioiu. Con 24 años aquél y uno menos éste, ambos habían alcanzado su mejor nivel en sus respectivas selecciones y venían despuntando en equipos medios del Calcio las temporadas previas. Por desgracia, sus aportaciones a un equipo tan importante no se correspondieron con lo previsto, no llegando a alcanzar ninguno de ellos la cifra de 10 partidos. El rumano sumó unos pobres dos goles, que hacían el doble de los anotados por el pequeño de los Laudrup. Abandonarían la entidad el mismo 1994.
Tras sus marchas, la confianza en Simone fue total y Lentini aumentó sus minutos por encima de Massaro y Paolo Di Canio, pero el equipo no logró los objetivos. Se necesitaba algo más.
En la 95/96 no se experimentaría tanto. Los balones de oro de 1993 y 1995, Roberto Baggio y George Weah fueron fichados, Lentini desapareció, Simone y Di Canio esperaron en la suplencia y todo estuvo más compensado. Junto a esas dos apuestas seguras se hizo otra algo más arriesgada. Paulo Futre llegaba a Milán con 29 años, tras una excelente carrera, principalmente, como estandarte de Portugal y estrella del Porto primero y el Atlético de Madrid después. Su paso por la Reggina en 1994 empezó con una lesión que le mantuvo casi toda la temporada en el dique seco, pero los últimos meses, cuando logró regresar, exhibió sus virtudes hasta el punto de abrirle las puertas del AC Milan. La 95/96 el equipo ganó el Scudetto, pero él, otra vez lesionado y pasado por el quirófano, jugó sólo un partido antes de marchar. No hubo suerte.
Esa misma temporada también estuvo en la plantilla un joven francés de 19 años, cuya aportación se redujo a dos partidos. Al año siguiente ese mediocentro llamado Patrick Viera se marcharía al Arsenal para acabar convirtiéndose en uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos en su posición.
Era ya 1996 y la Juventus ganaba la Liga de Campeones, destronando al Ajax que, a su vez, había desbancado a los rossoneri. Berlusconi pensó que el ascenso turinés debía ser contrarrestado de alguna manera. Y aprovechando el fin de ciclo de los de Amsterdam y el caso Bosman, en las dos temporadas siguientes ficho a medio Ajax. Si no puedes con el enemigo, únete a él. Pero en el fútbol dos más dos raramente suman cuatro.
Para la 96/97 aterrizaron el interior Edgar Davids y el marcador Michael Reiziger, ambos de 23 años. Al siguiente se dio un paso más, fichando al naciente ídolo holandés de 21 años que con su gol diese la “orejona” de 1995, Patrick Kluivert. El delantero llegó junto al más veterano de ellos, el corpulento central zurdo Winston Bogarde, de 27 años. Todos correrían la misma suerte.
Reiziger y Bogarde acabaron en España un año después, habiendo jugado 10 partidos el primero y sólo tres Winston. Davids estaría dos temporadas en las que jugaría un total de 18 encuentros. A diferencia de sus compatriotas, Edgar pudo remontar el vuelo en Italia y convertirse en un genial volante de equipos como la Juventus y el Inter. La mayor desilusión fue, sin duda, la de Kluivert. Su juventud o el momento del equipo (en caída libre desde la llegada de Tabárez y su sustituto Sacchi) le impidieron adaptarse, aportando sólo 6 goles en 27 participaciones y acabando también en el FC Barcelona, donde sí daría todo lo que había demostrado en sus inicios ajaccied.
El último de los fracasos sería un alemán. La retirada del mítico portero Rossi abrió las puertas a Jens Lehmann, que a sus 29 años había jugado toda su carrera en el Schalke 04, siendo campeón de la UEFA en 1997. Lehmann disputaría sólo cinco encuentros como rossonero, en la de 1998/99, siendo ésta la peor campaña de sus más de veinte de trayectoria. Volvería a ser trascendental en los futuros éxitos del Dortmund, el Arsenal y la selección alemana.
El mejor club de la historia de Italia, la Juventus de Turín, atinó más en su búsqueda pasados los márgenes territoriales. El equilibrio de su plantilla reducía las urgencias por contratar futbolistas de categoría mundial para posiciones determinadas.
En 1994 el recién fichado Marcelo Lippi quiso traer a un carrilero zurdo que venía de cuajar dos buenos cursos en las filas de Bari y Torino, y que con la selección croata comenzaba a hacerse un nombre. Robert Jarni recaló en la Juventus a los 26, en plena madurez. Finalmente Lippi no contaría con él todo lo esperado, siendo suplente durante la única temporada que estuvo y participando en sólo 15 partidos. El Betis se haría con sus servicios y tras tres años extraordinarios tanto en Sevilla como con Croacia, acabaría firmando por el Real Madrid.
Su salida dejó una vacante en la izquierda. El carril buscaba dueño y un lozano Juan Pablo Sorín de 19 años, opositó a él. El ex de Argentinos Juniors tampoco pudo hacerse con el puesto, y tras jugar dos partidos salió a final de campaña. Sorín tendría una reválida en el Calcio tiempo después. Sería ya consagrado como dueño y señor de su lateral en Argentina, con 26 años y en la Lazio. Sólo seis partidos en media temporada y una cesión al FC Barcelona harían un flojo balance final.
En 1998 Inzaghi y Del Piero eran ya los delanteros centros inamovibles de Lippi. Pero la lesión de Alessandro abrió campo a dos apuestas ofensivas tan distintas como interesantes: un delantero joven con futuro y uno consolidado que ofrecía garantías. En el mercado invernal, con 21 años y siendo indiscutible desde su ascenso en la 96/97 en un Monaco campeón de aquella Ligue 1, llegaba el espigado y veloz Thierry Henry. El resumen es que Lippi y luego Ancelotti lo ubicaron lejos del área y él no supo adaptar su juego a ello en un férreo campeonato como el Calcio.
La otra baza fue el canterano del Real Madrid Juan Eduardo Esnáider. Éste traía consigo una media de 13 goles en las cuatro temporadas transcurridas desde su marcha del club de la capital de España, habiendo marcado por igual en el Zaragoza, el Atlético de Madrid y recientemente en el Español. Aún tenía 25 años.
El francés sería vendido al Arsenal a final de curso tras participar en 16 partidos y hacer 3 goles, y acabaría explotando como por todos es conocido. El argentino permanecería hasta el ecuador de la 2000/01 y nunca llegaría a ver portería en los 16 partidos que jugó.
El Inter de Milan, en parte gracias al acierto con los antedichos alemanes y luego con el clan holandés compuesto por Bergkamp y Jonk, falló menos que sus rivales en los últimos años del siglo.
Precisamente y de manera paradójica, el primero de esos errores llegó con un futbolista alemán. Y no cualquiera, sino con quien pese a no cuajar en Italia regresaría a su país para convertirse en campeón de Europa con el Borussia Dortmund y con la selección teutona y ganar el Balón de Oro de 1996, siendo uno de los contados defensores que tiene ese privilegio. Mathias Sammer arribó a Milan con 25 años, recién ganada la Bundesliga como principal activo defensivo e incluso goleador (hizo 20 dianas en dos años) del Stuttgart de Cristoph Daum. Tras una lesión, medio curso y 11 partidos decidió mudarse a Dortmund, no pudiendo erigirse, como era pretendido, en relevo generacional de unos Andreas Brehme y Lothar Matthaus que, entrados en la treintena, abandonarían el equipo a final de esa campaña 92/93.
Zanetti, Roberto Carlos, Ince, Angloma, Djorkaeff… Poca o ninguna equivocación se cometería con los extranjeros hasta la apertura a futbolistas comunitarios. Paul Ince se mantuvo dos temporadas, las mismas que el entrenador fue el británico Roy Hogdson, dando un rendimiento excelente. Sus características encajaron a la perfección en el juego del Calcio.
Al inicio del curso 1996/97 Hogdson quiso dotar de talento el centro del campo, compensando así la garra de Ince. Y para eso fichó a Ciriaco Sforza, un delicado volante suizo de 26 años que había sido importante en la reciente Copa de la UEFA, levantada por un Bayern de Munich dirigido por Franz Beckenbauer. Y aquí llegó el primer fracaso real desde lo de Sammer en 1992. Sforza jugó bastante, pero no pudo reflejar sus virtudes con constancia. Tras una mala temporada, en cuya mitad también rescindió el propio Hogdson, Ciriaco fichó por el Kaiserslautern de Otto Rehhagel para, desde la manija, llevarlos al título de Bundesliga.
Nigeria ganó los JJOO de Atlanta ´96 y su delantero titular fue proclamado mejor jugador africano del momento. Nwanko Kanu, técnico punta, compañero de Kluivert en el Ajax de Amsterdam, llegó al Inter tras su exitosa olimpiada. Contaba con 20 años. Poco pudo verse de él, dado que una enfermedad de corazón lo privó del juego cuando únicamente se llevaban tres partidos amistosos. En las dos campañas que se mantuvo antes de su salida a la Premier League, pudo vestirse de corto en apenas 10 fechas.
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