Entró y salió del Milan por la puerta de atrás y no le quedó más remedio que retomar el camino largo para asentarse en la élite y erigirse como incipiente figura del Calcio en el primer año de su segunda etapa en Empoli. De enero de 2015 al invierno de 2016, Saponara deslumbró en su provincial equipo de toda la vida. Hasta el punto de llamar con fuerza a las puertas de la selección y hacer que el Empoli recibiese ofertas de hasta 20 millones de euros para hacerlo volar del Carlo Castellani y de la ciudad que le vio nacer como futbolista.
Pero el Empoli no aceptó y Saponara se quedó. El tocayo del último Balón de Oro rossonero, con el que tantas veces se le ha comparado de forma entusiasta pero con argumentos de evidente base futbolística, primero se estancó y después, su juego fue perdiendo esplendor hasta convertirse en grisáceo y propio del jugador del montón que antes había demostrado no ser ni de broma. De las doce asistencias y nueve goles conseguidas en ese primer año natural, pasó a registrar solamente dos tantos y seis pases de gol en el siguiente.
Es por ello que su llegada a los vecinos más poderosos de la región se antoja como un salto hacia adelante ineludible a estas alturas y que quizá debió llegar, al menos, un año atrás, cuando los grandes clubes italianos estaban dispuestos a abonar por su caché cantidades que superan el doble de lo que ha acordado pagar la Fiorentina por sus servicios. En cualquier caso, la elección, aunque tardía, sí parece adecuada: si hay un sistema de juego que puede hacer que Saponara -hijo futbolístico de Maurizo Sarri en el último año en Serie B del actual técnico del Napoli- vuelva a brillar y sacar lo mejor de sí mismo ese es precisamente el que implementa Paulo Sousa.
El 3-4-2-1 del portugués es el dibujo que más enfatiza las virtudes de los mediapuntas de toda la Serie A. Los dos enganches viola son el motor creativo y ofensivo del equipo, su hilo conductor y la parte más sustanciosa de su discurso narrativo basado en el inexcusable buen trato de pelota. Sin embargo, la estructura de la Fiorentina ha ido perdiendo dinamismo de forma paulatina. Es por ello que Sousa ha asentado a Bernardeschi en el lugar por derecho de Borja Valero y ha criticado abiertamente a Ilicic por su bajón de rendimiento respecto al curso pasado y su pasividad latente y evidente en ciertos tramos de los partidos.
Con el gran referente del presente y futuro viola en la parte izquierda interior de tres cuartos de cancha, es el lugar del esloveno el que Saponara aspira a conquistar desde el primer día en Florencia. Las intenciones de técnico y dirección deportiva parecen claras: recuperar chispa y brío en esa zona, acabar con la previsibilidad que suele arrastrar hoy día el fútbol estático de Ilicic y recuperar matices de mayor versatilidad y verticalidad ofensivas, aprovechando los espacios generados, pero tratando de no perder a su vez, la connotación técnica que siempre se ha desprendido de su estilo, especialmente en esta tercera línea del dibujo táctico.
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Un Saponara de regreso al 100%, algo que no parece inmediato tras su discreta primera mitad de temporada, es capaz de ofrecer a la Fiorentina justamente lo que necesita en esa zona del campo si se adapta sin problema a las distancias entre líneas más amplias que pone en liza su nuevo equipo: capacidad para aumentar el ritmo de los ataques, mayor agresividad y proactividad en la primera presión al rival -crucial para que el cuadrado interior viola se plante en campo contrario- y una versatilidad que va desde conducciones mortíferas tras robo adelantado, a ágiles y profundos uno-dos con la portería entre ceja y ceja, pasando por una labor de asistente que siempre ha tenido presente, especialmente con el pase por encima de la zaga al desmarque del nueve, que ya convirtió junto a Maccarone en un plato marca de la casa. En definitiva, una figura no destinada a gestionar ni a asentar ataques, sino a producir como labor principal y casi única.
Más que con el balón en los pies -un rol estático que ya ejercen demasiado al unísono tanto Bernardeschi como Ilicic (fuera de concurso, eso sí, en cuanto a disparo exterior se refiere)- y a pesar de que su calidad para el último pase es realmente reseñable, Saponara debe volver a ser ese mediapunta de giro fulgurante e internada con y sin balón hacia el área, sirviéndose del ya citado compañero de línea más estático y del propio delantero centro para desarrollar y explotar su doble rol de apoyo interior y llegador de talento. En este caso, con un Kalinic que siempre ha sabido desenvolverse bien jugando de espaldas y que puede ser un buen socio para él.
Si Saponara vuelve a pisar zonas de gol con asiduidad y es capaz de combinar sus conducciones verticales con sus rupturas hacia el arco, la Fiorentina aumentará su pegada, su profundidad y, en definitiva, sus armas. Y lo que es seguramente más importante, el propio ‘Ricky’ volverá a encontrarse consigo mismo y demostrará poder rendir al máximo de sus posibilidades en un nuevo contexto y también, en una presión ambiental ante la que responder como no consiguió hacer en Milán.
«Esta es la gran oportunidad de mi carrera. Irme tan joven al Milan no ha beneficiado a mi carrera, pero ahora me siento preparado para un gran club como este y desde aquí, poder soñar con alcanzar la selección». A sus 26 años, un salto casi obligado como este era lo único que podía volver a darnos razones para creer en que Saponara retome el camino de jugador determinante en el Calcio que un día no hubo duda que iba ser. Su llegada a la Fiorentina se ha convertido en la última salida. Un ahora o nunca que medirá como futbolista a Riccardo Saponara: el que pudo ser o el que realmente fue.
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