- Todos recordamos a Morgan Freeman en el papel del presidente Mandela y a Matt Damon interpretando al capitán de la selección sudafricana de rugby, François Pienaar. Clint Eastwood dirigió la película ‘Invictus’ y, para sorpresa de muchos, contó cómo Madiba (así le llamaban por su pertenencia al clan madiba, de la etnia xhosa) lideró la metamorfosis del apartheid a la democracia de razas en el país africano después de salir de la cárcel en 1990. Es inevitable el spoiler, pero no deja de ser historia. El filme termina con el capitán de los springboks alzando al cielo la Copa del Mundo de 1995 celebrada en Sudáfrica. La nación presidida por Nelson Mandela, a través del deporte, pegó un grito atronador al mundo en pro de la libertad del país y la libertad, también, de razas entre negros y blancos. Eastwood cerró capítulo, pero Mandela y los sudafricanos siguieron avanzando.
En 1995, el deporte de los blancos en Sudáfrica, el rugby, acogió a la raza negra y, en 1996, el deporte de los negros, el fútbol, acogió a la raza blanca, integrando hasta tres futbolistas y al propio seleccionador, Clive Barker, en la Copa de África de este año. Tan sólo cuatro años antes, los bafana-bafana habían empezado su nueva aventura futbolística con su vuelta a la CAF (Confederación Africana de Fútbol).
Ya en el 94, Madiba se constituyó como presidente, para dar alas al pueblo y declarar así su apertura al planeta. Una de las mejores formas de llevar a cabo el relanzamiento de la nación del sur de África era potenciar el deporte. El presidente negro convenció al globo de que el mundial de rugby del 95 y la Copa de África de fútbol del 96 se celebrarían en estas tierras. Tras el éxito constatado en 1995, llegaba la hora de los futbolistas.
Para esta segunda parte del relato de ‘Invictus’, el inicio tampoco fue sencillo. La confederación africana había configurado que fuera el primer torneo con 16 equipos. Por lo tanto, arduo trabajo para organizadores y operarios y también para los futbolistas locales en la consecución del título. Sin embargo, en el partido inaugural, la tarea no podía arrancar mejor. Los anfitriones golearon 3-0 -nada más y nada menos- que a Camerún en el mítico Soccer City con goles de los tres delanteros; Masinga, Mark Williams y Moshoeu. Eso sí, un combinado camerunés post Roger Milla. En el segundo encuentro, se deshizo por dos tantos a cero frente a Angola, consiguiendo la clasificación matemática para cuartos. Finalmente, obtuvo el pase como primera de grupo pese a la derrota frente a Egipto en la última jornada, que pasó segunda por haber pinchado también previamente y tener menos goles.
En los cuartos de final, esperaba una Argelia siempre correosa, con talento y mala leche. El partido fue apretado, tanto que, en la primera mitad, un penalti cometido por el defensa argelino Lazizi fue encarecidamente celebrado por la grada y, en especial, por Nelson Mandela, pero Moshoeu no supo aprovecharlo. A pesar de ello, el gentío que llenaba las gradas del Soccer City ayudó y en el 72’ del choque, uno de los jugadores blancos, el defensa Mark Fish, adelantó a los suyos. En el 86’ los argelinos igualaban las fuerzas para sólo un minuto después ver cómo Moshoeu se resarcía de su error y ponía a su selección en las semifinales con el resultado final de 2-1. Sólo un partido separaba a los bafana-bafana de la gloria. El peldaño a superar, Ghana, una de las favoritas de toda la vida.
Los locales se comieron a los ghaneses. Un desatado Moshoeu hizo un doblete para dejar el partido casi cerrado. El duelo lo finiquitaría su compañero Williams. El último escollo para la felicidad plena del pueblo de Mandela era el combinado de Túnez. Los claros favoritos eran los sudafricanos, quienes habían ganado todos sus partidos excepto contra Egipto. En cambio, los tunecinos empataron un partido y perdieron otro en la fase de grupos pasando como segunda y obteniendo el billete a semifinales vía penaltis después de empatar con Gabón. Aunque, no sería la primera vez que un conjunto irregular termina haciéndose con un torneo porque “el fútbol es fútbol”, como diría Vujadin Boskov, y más a partido único. El ejemplo más reciente se sitúa en este pasado verano en París con Portugal como protagonista tras quedar tercera de su grupo y con el galardón ya en sus vitrinas. En este caso, la vida le debía mucho a Mandela y a su patria.
De nuevo, el Soccer City era el escenario elegido. En la primera parte del encuentro, la tensión y la buena defensa de Túnez, en la que destacaba su guardameta Chokri El-Ouaer, llevó la final al descanso con el marcador inicial. En el segundo acto, entraría uno de los máximos goleadores del certamen, Williams. Con éste en el campo, Sudáfrica tuvo una falta lateral. La ejecución fue una jugada ensañada entre los dos jugadores blancos titulares; Mark Fish la peinaba en el primer palo y Eric Tinkler remataba en el segundo y, ante el paradón de El-Ouaer, el ya mencionado Williams aprovechó el rechace para empujar el balón a la red. Éste firmó la sentencia con una carrera antológica para el recuerdo y la retina de los sudafricanos que definió con la zurda al palo más alejado del portero. Sudáfrica ganó 2-0 ante Túnez y así llegó la enorme alegría para el pueblo sudafricano, que después de haber conquistado la Copa del Mundo de rugby, volvía a recoger un nuevo y merecido trofeo.
Además, ese mismo año, los bafana-bafana ganaron el campeonato Cuatro Naciones frente a Australia, Ghana y Kenia y, poco más tarde, se harían con la clasificación para el Mundial de Francia de 1998, pero eso ya es otra historia.
Madrid (España), 1996. Nací en una familia sin afición al fútbol. No sé si por contradicción o por qué soy un auténtico loco -aunque contenido- del mundo balompédico. El fútbol siempre por encima de cualquier club.
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