Simone desarrolló toda su carrera deportiva de forma paralela, pero claramente a la sombra de su hermano Filippo. Un delantero discreto frente a un nueve tan de leyenda que tiene una calle a su nombre en el límite del fuera de juego con vistas preferentes al paseo del rechace. Cuatro decenas de goles en Serie A contra los más de 150 de Pippo, «el Inzaghi bueno».
La llegada de Filippo y Simone a los banquillos de primer nivel se produjo desde el mismo origen, el equipo Primavera de los equipos que marcaron sus respectivas trayectorias, pero su fraternal diferencia profesional parecía destinada a prolongarse también en los banquillos, con Pippo, «el Inzaghi bueno», al frente del crítico pero todopoderoso Milan. Sin embargo, a Simone le bastaron 23 partidos al timón de la Lazio para igualar el número de victorias de su hermano –ahora en el Venezia- en los 38 encuentros de la temporada 2014/15.
Simone Inzaghi fue el parche de Lotito para contener la caída protagonizada por Stefano Pioli en el tramo final de la pasada campaña. Pese a que recondujo la situación, para el presidente laziale nunca fue una opción para darle el mando del primer equipo. Su elegido fue Bielsa, pero la espantada veraniega del argentino obligó al club a volver a ponerse en manos de su antiguo delantero centro. Y Simone se ha encargado de convertir una solución improvisada en un acierto mayúsculo.
Nadie esperaba que la Lazio estuviese aguantando el pulso de Roma, Napoli y Milan mediada la presente temporada por un puesto en zona de Liga de Campeones. Simone ha erigido un estructura muy competitiva, basada en la versatilidad y adaptabilidad táctica. Una característica que cobra muchísimo peso y valor en un campeonato como la Serie A, como bien ha demostrado Allegri en su era triunfal en la infranqueable Juventus. De hecho, la Lazio de Simone Inzaghi es, tras los bianconeri, el equipo que más y mejor se maneja en la variación de registros.
Trabajador silencioso, Simone Inzaghi ha vuelto a situar a la Lazio en una línea de regularidad y de juego vertical, concediendo, al mismo tiempo, un gran dinamismo a sus piezas ofensivas e inyectando una confianza en el grupo que se desprende en cada partido. El juego asociativo se combina con las más sugerentes transiciones para hacer del equipo un bloque prácticamente infalible si se adelanta en el marcador.
De la mano de su mano izquierda gestora, los fuegos existentes dentro de la sociedad y del vestuario se han apagado, pero es su pragmatismo táctico el que ha revitalizado a la Lazio. Sin grandes ideas renovadoras, es cierto, pero con un puñado de soluciones harto interesantes y, a la vista está, también harto efectivas. Sin ir más lejos, el mal endémico de la insegura zaga biancoceleste se ha solucionado con la utilización más cautelosa en fase ofensiva de los laterales y optando por mantener en su zona de confort a los centrales.
Además, Simone Inzaghi ha dado libertad a la creatividad de sus atacantes, ha encontrado en Milinkovic-Savic un punto de referencia de calidad para una salida alternativa directa bastante frecuente y también un segundo hombre de área cuando Immobile se deja caer a los costados, y ha aupado a Lulic habitualmente al medio campo para darle más consistencia, trabajo y capacidad de inserción al bloque en la zona ancha. Todo ello para otorgarle un cuajo competitivo de alta gama a través de sus diferentes dibujos, siempre adaptados a las características del rival, que varían desde el más habitual 4-3-3 ante rivales de menor entidad, hasta el 3-5-2 contra equipos de mayor talla, pasando por el más puntual 3-4-3.
La Lazio de Simone Inzaghi no desprecia la posesión, pero no le obsesiona en absoluto. El equipo sabe qué hacer con y sin balón en la parte del campo en la que se desarrolle el juego y encuentra su razón de ser y de su buen hacer en la flexibilidad, la característica más destacada de su técnico, y en la capacidad de devorar grandes espacios de sus delanteros, con Immobile a la cabeza.
Por ese motivo, la Lazio no acostumbra a ejercer una presión avanzada continua, salvo en jugadas puntuales en estático por parte del rival (saques de puerta o de banda del oponente cercanos al área propia). El pressing sobre el balón comienza cuando cruzan su mitad de cancha, donde la estructura más física propuesta por Inzaghi hace un trabajo de tintes individuales sobre el portador del balón. Un modus operandi, unido a un repliegue más efusivo, que le ha devuelto solidez al equipo, pero que hace que las recepciones a la espalda del centro del campo laziale sean su gran talón de Aquiles, debido a la escasa correlación de movimientos entre el centro del campo y una zaga que vive mejor manteniendo su posición fija en la frontal.
Leer más: El gran poder balcánico en la Serie A 2016/17
El citado pragmatismo táctico le da alas al tridente, permite a Felipe Anderson o a Luis Alberto moverse mucho hacia zonas interiores y erigirse en líderes de los ataques más estáticos gracias a su dominio de la pausa y a su enorme criterio para trazar pases filtrados que abran espacios.
Los atacantes marcan cada jugada de la Lazio, sin embargo, el fútbol de Simone Inzaghi y la pegada y capacidad determinante de los de arriba se asienta sobre la gran capacidad de trabajo, el dinamismo y el sacrificio de unos centrocampistas que tienen el cometido de cubrir prácticamente todo el campo. El inesperado tú a tú de la Lazio ante los equipos más fuertes de la Serie A depende de manera directa de que la productividad de sus delanteros no decaiga y de que su medular mantenga el alto desempeño físico a lo largo de toda la temporada.
Sin nuevos ilusionantes nombres, más allá del necesario fichaje de un nueve como Immobile, y a través de principios sencillos, de una sabia gestión, un marcado pragmatismo, la enfatización de las virtudes y las individualidades, el escondimiento de las carencias, la férrea creencia en sus propios medios y la ductilidad, la Lazio se ha dotado de poso y fundamentos para volver a competir en la parte más alta de la clasificación. Quien lo iba a decir… «El Inzaghi bueno» es ahora Simone.
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