La figura de Steven Gerrard en el Liverpool nunca podrá ser reemplazada. Ni tan siquiera habrá alguien con tanta osadía como para acercarse al trono de Stevie. Su importancia fue tan suprema, su rendimiento tan inalcanzable y su legado tan eterno que cualquier comparación sería odiosa. Fue tan magnífico que su sombra oculta a todo sucesor.
Pero si tan solo nos centramos en la última etapa del mítico ‘8’ red; esa en la dio un paso atrás, retrasó unos metros su posición para ser el eje del equipo. El equilibrio hecho persona, pero con llegada, el timón del barco que distribuye a izquierda y derecha, pero la escoba cuando hay que barrer de enemigos el área contraria, y sobre todo, como siempre, el capitán, el alma, el hombre que da sentido al juego del Liverpool. Y Jürgen Klopp ha encontrado ese hombre. Precisamente el discípulo de Stevie, su amigo Jordan Henderson.
Destacó en las filas del Sunderland y especialmente en la Selección Inglesa U21 antes de recalar en Anfield. Por aquel entonces era un espigado mediapunta de gran control de pelota, potente disparo y letal llegando desde segunda línea, con y sin balón, y el Liverpool pagó 18 millones de euros por él. Sus dos primera temporadas las pasó buscando su lugar en el campo. Desempeñó como mediapunta y volante izquierdo mayoritariamente, aunque también pasó por el mediocentro. Muchos partidos, muchos minutos pero pocos goles. Menos de diez en casi 100 partidos y la sensación de fichaje desastroso. Como casi todos post Estambul.
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De hecho, lo tenía hecho para irse del club en el mercado veraniego de 2012 por apenas cinco millones de euros. Queens Park Rangers y Swansea pujaban fuerte por el ‘14’ y el club quería aprovechar la oportunidad para no perder más dinero. Pero llegó Brendan Rodgers y ordenó cesar cualquier negociación de inmediato. Quería un nuevo rol para ‘Hendo’, al lado de Gerrard. Para ayudarlo y sobre todo para aprender a su lado.
Y vaya si lo hizo. Retrasó su posición y dejó la línea de mediapuntas y volantes para los Coutinho, Sterling, Luis Suárez y Sturridge. Para hacer el trabajo sucio. Con Henderson y Gerrard en el doble pivote, el Liverpool firmó una temporada casi perfecta en el año 2014. Perdió la liga en aquel resbalón de Gerrard, o tal vez la perdió cuando Henderson fue expulsado y sancionado con tres partidos unas semanas antes. Sí, si aquel día ‘Hendo’ hubiera estado allí, Demba Ba probablemente no hubiera marcado ese gol.
Sin Gerrard además asumió el peso del brazalete. Se le detectó una lesión crónica en el talón de Aquiles, nunca más podrá jugar un partido de fútbol sin dolor. Y juega 60 por temporada. Henderson recupera, organiza, distribuye, es bueno pasando, botando balones parados, disparando desde la frontal, nunca pierde su posición y además ayuda a sus compañeros cuando pierden la suya. Y es el capitán, es el alma, el que da la charla cuando todo va mal, el que pega un grito cuando algo no va como debería, y a quien se le escucha. Porque a un capitán siempre se le escucha.
Henderson es un incomprendido, uno de esos jugadores infravalorados que nunca coparán portadas ni premios absurdos. Porque no es mediático, no vende. Es un mercenario de los sentimientos. Un ‘rara avis’ en peligro de extinción capaz de sacrificarse para que otro se lleve el mérito y los flashes. De dejarse la vida por defender unos colores, un escudo. Sus colores, su escudo. Desapercibido. El que nadie se da cuenta que está, pero que todos se dan cuenta cuando no está. Un hombre con sentimiento, con alma. Henderson es alma.