2016 ha sido el año más completo de Marin Cilic como tenista profesional. Supera incluso aquel 2014 que le vio coronarse, contra todo pronóstico, como campeón del US Open, siendo el ganador de Slam más sorprendente de la última década. Ahora es un jugador afianzado en el top-10, con cierta regularidad en los grandes torneos, capaz de ganar a los dos dominadores del curso, Murray (en la final de Cincinnati) y Djokovic (en cuartos de Bercy) y logrando, con la sexta plaza de la clasificación, el mejor status de su carrera deportiva. Pero el final del año tenístico ha reabierto la eterna herida del croata: su miedo a las alturas.
Hablamos de un jugador alto, que roza los dos metros de estatura, características que le hace temible a la hora de afrontar cada juego al servicio. Pero, haciendo un símil con dicha condición, no afronta de la manera adecuada los momentos en los que se encuentra en una situación favorable. El cuarto partido de la final de la Copa Davis ante Juan Martín del Potro ha sido el enésimo episodio de una derrota incomprensible por parte del jugador balcánico, que acumula, en 2016, hasta tres sonoras remontadas con 2-0 a favor. Y todo ello en el mejor año de su vida.
Frío como el hielo y preciso como un reloj, Cilic cedió ante la garra de Del Potro y la locura de los miles de hinchas argentinas que tomaron Zagreb como ciudad propia. El tenis de alto voltaje que había mostrado en las dos primeras horas de partido, y que había enseñado en el último tercio del año, ganando títulos importantes como los de Cincinnati o Basilea, quedaron sepultados. Ya el viernes, abriendo la final ante Delbonis, estuvo a punto de dar un disgusto a su país poniendo cuesta arriba la eliminatoria. Sobrevivió, pero eso no bastó contra un igual como Del Potro. Contra un tenista de su mismo, o incluso superior, nivel.
La cara de Cilic al ver escapar un partido que hubiese significado la Ensaladera -la primera de su carrera deportiva- era todo un poema. Dejaba el destino de su nación en la raqueta de Ivo Karlovic, que, pese a su enorme experiencia, no dio la talla ante un excelso Delbonis, héroe nacional para Argentina. Del Potro, todo corazón, consolaba a un Cilic que, débil mentalmente como pocos, seguro que estará en su casa dando vueltas a cómo dejó escapar un 2-0 a favor, llegando a tener break a favor en la quinta y definitiva manga.
El diagnóstico del tenista de Medjugorje es evidente: no está hecho para partidos grandes. No tiene la raza de sus coetáneos Djokovic y Murray o del mencionado Del Potro. Es un tenista de unas condiciones espectaculares, pero carente de carácter luchador. Y eso, en la competición más emotiva de todas, como es la Copa Davis, es vital. No es la primera vez que le pasa, ni tampoco será la última, salvo que haya un cambio en Marin. Un Federer mermado físicamente le remontó uno de los partidos del año en cuartos de Wimbledon, ante el deleite de un público, el londinense, que siempre apoya al suizo, y pocas semanas después, en los cuartos de final de la Davis, se le fue un partido ganado ante Jack Sock. Por suerte para él, la eliminatoria ante los estadounidenses fue ganada por los croatas y su actuación quedó, en cierto modo, en el olvido.
Pese a su vértigo a las alturas y al sabor agridulce que le deja el no haber sido capaz de dar la segunda Copa Davis a su país, Marin Cilic ha sido uno de los hombres de la temporada y es también uno de los tenistas a los que los focos apuntan para 2017. Instaurado, cómodamente, en el top-10, y sin demasiados puntos a defender en los primeros meses de competición, son muchas las voces que le sugieren como outsider a los grandes títulos que se dejen por el camino Djokovic y Murray.
En su mano está el ser capaz de aprovechar estas pequeñas oportunidades, como ya hizo en aquel US Open 2014. Allí no tuvo vértigo a las alturas, aunque es cierto que su rival en Nueva York –Nishikori– era otro inexperto. Si quiere quitarse rápidamente el sabor que le ha dejado la remontada de Del Potro, ahí tiene Marin Cilic en el horizonte un Abierto de Australia que arranca en un mes y medio.