Érase una vez, un gigante en Manchester. El gigante, defendió durante años el equipo azul del reino, con garra, sacrificio y mucha fuerza. Era el más corpulento y alto de todos los jugadores, y no había jugador que le ganara un duelo físico. Era sin duda, una de las piezas claves del equipo.
Pero un día, llegó un nuevo rey a Manchester, uno de los reyes al que más respeto se le había tenido en muchos años, realizó nuevos fichajes para el equipo, y por aburridos motivos extradeportivos, le castigó, encadenó al gigante.
Durante meses, Touré observaba desde la lejanía como jugaba su equipo, y añoraba hacer lo que más le gustaba, jugar al fútbol. Decidió marcarse un objetivo: volver, y no parar hasta no conseguirlo.
Y llegó el día, donde el trabajo significó más que las relaciones personales, el gigante hizo las paces con el rey, por el bien del reino. Touré se desencadenó, más fuerte que nunca. Sus fuertes pisadas se oían por todo el reino, había vuelto, y se encargaría ese mismo fin de semana de hacérselo saber a todos los equipos de la liga, que temerosos, confiaban en que nunca volviera.
Le tocaba jugar frente al Crystal Palace, y Touré volvía al once titular. A todos a los que realmente nos gusta el fútbol le echábamos de menos, porque Yaya Touré es un jugador especial y sobretodo único, no hay otro jugador como él, no hay ningún centrocampista así de completo, y el césped, el balón, las butacas y las porterías le echaron de menos en silencio.
Touré estaba en casa, y se notó cómodo, como si no se hubiera ido nunca, cortaba, repartía juego y generaba peligro, y si alguien fue clave en la victoria del conjunto de Pep Guardiola, fue él. En el minuto 39, Touré tenía el balón dentro del área, con una fabulosa pared con Nolito se deshizo de toda la defensa, y con una de sus mejores facultades, el tiro, reventó el balón, que se estrelló contra la red. El olor a miedo del equipo rival, y el brillo en los ojos de los habitantes de Manchester lo demostraba, la gente sabía que el gigante estaba de vuelta.
Ya en la segunda mitad, el Crystal Palace consiguió anotar un buen gol mediante Wickham, Manchester se tambaleaba, no podían permitirse empatar 4 de sus últimos 5 partidos, y alguien tenía que hacer algo, se volvían a escuchar fuertes pasos. Quedaban 6 minutos para el final del partido, y tras un córner raso de De Bruyne, Touré mató el partido, y anotó su segundo gol, un gol que le daba la victoria al Manchester City, un gol que salvaba al rey que le había encadenado, y a toda una ciudad que le había echado de menos, que añoraba esas fuertes pisadas que daban señal a la presencia del gigante marfileño, unas fuertes pisadas que demostraban garra, fuerza y pasión. El regreso soñado para cualquier futbolista que ha estado castigado durante meses.
Finalizó el partido, y el rey se deshizo en elogios hacía al gigante, y el pueblo de Manchester volvió a sentirse seguro, tenían al gigante de vuelta. Esta es solo una prueba más, una de esas tantas a lo largo de la historia, en la que se demuestra que el fútbol tiene tanto poder que puede incluso romper diferencias, castigos y cadenas.
Bienvenido de vuelta, gigante.