Alejandro CENTELLAS.– Si el partido de hoy frente al Espanyol era el último ensayo antes de la obra final en Lisboa, el Real Madrid tiene motivos para preocuparse.
En primer lugar porque uno de sus actores protagonistas, Cristiano Ronaldo, tiene la mosca detrás de la oreja cada vez que sale al terreno de juego. Esta tarde, en el calentamiento previo al encuentro que le debía situar a la cabeza de la Bota de Oro, se retiró con un gesto simbólico: algo no anda bien; o al menos no todo lo bien que se espera.
Con esto, uno de los alicientes de un partido “telonero” se quedaba en la cuneta. Eso hizo descafeinar todavía más un partido ya de por sí poco atractivo y el sol penetrante del Santiago Bernabéu se antojó como una selva irrespirable. La paupérrima entrada en el estadio daba buena cuenta de ello.
Sin Cristiano en busca del oro en su bota, probablemente lo único destacable del partido fue el examen público a Illarramendi. Una vez confirmado que será él el relevo de Xabi Alonso en Lisboa, los focos estaban pendientes de examinar cada paso del exrealista. El futbolista vasco está sintiendo el peso de la presión de jugar en un club como el Real Madrid y el dilema entre hacer lo que sabe o buscar el paso adelante para ser la brújula del equipo. Y con un partido estancado en la posesión ineficiente, con las porterías como meros testigos de un control inútil del balón, Illarramendi brilló y oscureció por momentos.
En esa tesitura, Sergio Ramos probó fortuna por alto y por bajo y Benzema tuvo la ocasión más clara para abrir el marcador. El jugador galo se encontró el balón después de un rebote y regateó a cuantos rivales le salieron al paso pero se topó con los reflejos de Casilla. El Espanyol es consciente de que debe disfutar de su portero todo lo que pueda, porque está llamado a abandonar el club en busca de un futuro mejor.
El equipo de Cornellá demostró una buena solidez defensiva y organización táctica trabajadas por Aguirre. Eso dificultó la circulación de balón del equipo blanco, que no encontró en Illarramendi ni en Khedira la solución a sus problemas. Tampoco el Espanyol le discutió al Real Madrid la parsimonia en el juego y la primera parte, soporífera, se consumió entre pases cortos, falta de profundidad y sangre gélida. Fue en la segunda parte cuando la imagen del partido cambió y el Madrid lo agradeció sinceramente.
El Espanyol buscó el ataque, confió en Sergio García la lucha espartana por el balón, y el partido se abrió hasta convertirse en un correcalles de patio de colegio. Aguirre dio entrada a John Córdoba, en una clara intención ofensiva, y dejó a la ventura de la defensa el deber de frenar el ataque blanco.
En uno de esos espacios Bale invitó a Benzema a un tentador pase que el francés correspondió con gusto para que el galés marcara con la derecha, de disparo cruzado, ante la salida de Casilla. Segundos después Simao tuvo la réplica, la ocasión más clara del partido para el Espanyol, pero la portería se le hizo pequeña y las botas le parecieron zapatones.
Fue en el epílogo del partido donde se vio el espectáculo que tanto se echó en falta. Morata marcó en dos ocasiones con idéntica firma: pase de la muerte de Di María y el canterano remata a puerta vacía. Antes del segundo de Morata el Espanyol marcó, por medio de Pizzi, el gol que le daba la honra en su visita al Bernabéu y una contra que tan solo Modric desbarató para que no se convirtiera en un empate fugaz del partido.
El Real Madrid, más diligente que vistoso, se llevó el partido y regaló a su afición una victoria en casa. Los esfuerzos se midieron con vista a la final de Lisboa, el envite de mayor envergadura para el equipo, y a la nutrida enfermería del Real Madrid. Ahí puede estar la temporada para el equipo blanco.
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