Hay muchos kilómetros de distancia, entre Chile y Palestina. Distancia geográfica, distancia cultural, religiosa y hasta ideológica. Dos países que, a simple vista, no tienen nada en común. Pero solo a simple vista, porque el fútbol no conoce de distancias de ningún tipo.
Desde estas tierras lejanas, un grupo de muchachos se juega, semana a semana, un partido propio y el partido de muchos. No solo saltan a la cancha para llevarse los tres puntos de turno, saltan a la cancha para llevar esperanza a millones que están lejos, pero que están atentos a lo que ellos hacen. Esa esperanza que debe gambetear misiles y atravesar defensas, que son murallas. Literalmente.
Es el club Palestino, un equipo humilde con 96 años de existencia y dos torneos nacionales. Ese es el equipo encargado de llevar una distracción, aunque sea mínima, al pueblo de Palestina. El encargado de llenar de gratitud a la gente que ve su bandera flamear libre y orgullosa por los distintos estadios de Chile y Sudamérica. Es el encargado de hacerlos sentir que no están solos y que el mundo no se ha olvidado de ellos.
Así como para nadie es un secreto lo que pasa en Palestina, para nadie es ajeno lo que está haciendo Palestino, de la mano de Nicolas Córdova, a nivel internacional. Primero dejó fuera a Libertad, de Paraguay, y a Real Garcilaso, de Perú. Luego, en octavos de final, llegó la hora de mostrar coraje y enfrentarse un rival históricamente más fuerte.
Era tiempo de verse de frente con Flamengo, de Brasil. Después de perder –aunque jugando muy bien- en Santiago, vino lo impensado para la mayoría. Lo que no estaba en ningún pronóstico previo al partido revancha: Palestino fue a Brasil, se paró con propiedad y bajó al gigante. Torció la historia. Derribó los muros del pesimismo y atrapó una clasificación merecida por lo mostrado en los 180 minutos de la llave. Flameó con fuerza la bandera palestina en tierras cariocas. Se contagiaron rápido las risas orgullosas en las calles de Gaza y sumamos una nueva página a las pocas gestas históricas del fútbol en Chile.
Ahora, en cuartos de final de la Copa Sudamericana, la tarea era llegar a Buenos Aires, plantarse en el Nuevo Gasómetro y comenzar a pelear una clasificación frente a San Lorenzo de Almagro. Tarea difícil. Y aunque el partido se perdió, el 2-0 deja la posibilidad a una remontada en Santiago.
Aun así, más allá de lo que pase en la vuelta la próxima semana. Más allá de lo que pueda pasar en esta Copa -o en las que vengan a futuro-, Palestino día a día está ganando un partido más importante. Indirectamente, con el mapa de Palestina en un brazo y los colores de la bandera en el pecho. Con el aliento de miles y el apoyo de millones. Así es cómo regatea bombas y derriba muros. Así es cómo lleva 90 minutos de esperanza a los que llevan años oprimidos. Así es como un equipo de fútbol llamado Palestino se convierte en toda Palestina. Porque los ve el mundo, porque les recuerda que no están olvidados. Porque el fútbol es mucho más que fútbol.