Han pasado veinte meses desde la última gran noche de fútbol de Geoffrey Kondogbia en el Emirates con el Mónaco y más de un año desde su llegada al Inter a cambio de 35 millones de euros que, junto a su juventud y deslumbrante físico, le señalaban sin medias tintas como uno de los grandes futuros dueños de su demarcación a nivel mundial y como un jugador absolutamente diferencial para la Serie A. Un periodo como nerazzurro que prácticamente coincide con el tiempo que lleva sin jugar con la selección francesa.
Y, sin embargo, el galo sigue siendo exactamente el mismo jugador que aterrizó en Sevilla en el año 2012 desde Lens. Musculatura de utilidad específica, con afanes técnicos inabordables, de escasa productividad goleadora, que arrastra una proyección y una mejoría totalmente estancadas en un equipo que no ayuda precisamente a crecer a un futbolista que necesita urgentemente alcanzar una mayor madurez en su juego. El gran problema es que lo que Kondogbia ha demostrado hasta ahora en su carrera es que su fútbol es el que es, sin atisbos de evolución que le lleven a recoger valores añadidos ni le dispare hacia una ascendente erudición posicional en la zona que, con los años, estaba destinado a priori a dominar con firmeza.
La muestra definitiva de todo ello fue el cambio en el minuto 28 del partido ante el Bologna de la sexta jornada con el que Frank de Boer dijo basta. «He hablado varias veces con él pero no me escucha. Debe jugar simple de espaldas a portería. Cuando un jugador no quiere entender algo, siempre va a cometer los mismos errores. No tenemos tiempo de esperar por nadie. Con 23 años y jugando donde ha jugado ya no es un jugador joven al que haya que ayudar a crecer». Desde entonces, cero minutos y una alarmante lejanía de todo plan que pueda tener el técnico holandés.
La actitud de Kondogbia dista mucho de ser la más apropiada para empaparse de conceptos y mejorar su nivel y rendimiento pero el contexto táctico del actual Inter le favorece todavía menos que la falta de ideas de un Roberto Mancini que sí le colocaba en una posición más favorable como interior zurdo pero que tampoco le sacó ningún particular jugo pese a ser el gran fichaje que reclamó en su momento para una liga como la italiana en la que el francés se ha encontrado totalmente indefinido y se ha mostrado demasiado poco disciplinado y apto tácticamente como para hacer de ella su particular Arcadia. Si hay un sitio en el que este Kondogbia, que a cada curso que pasa confirma que siempre va a ser el tipo de jugador que siempre ha sido, puede asentarse con aplomo en la élite, ése es seguramente el fútbol de transiciones inglés que ya empieza a reclamarle dada su nueva difícil situación en Milán.
Lo que Kondogbia parece querer ser es una especie de Pogba a escala, por el hándicap de poseer una cuarta parte, de un tercio, de la mitad de la calidad de su compatriota para decidir partidos. El interista es también un jugador frontal, de ráfagas, tremedamente válido para ejercer presiones elevadas, con un gusto excesivo por el regate, a quien le entusiasma conducir en carrera con su temible zancada pero que casi nunca templa ni ordena, que se precipita, mentalmente irregular, que dribla cuando toca simplemente retroceder el balón antes de que lo retroceda muchas veces igualmente, lo que le conduce a pérdidas de pelota con las que él mismo arma contragolpes del rival que pillan siempre en inferioridad numérica a su equipo.
Pero no todos los males de Kondogbia provienen directamente de él mismo. Pese a que De Boer le colocaba a la par que a un Medel que conoce sobradamente como doble pivote, su situación por el perfil derecho era un muro prácticamente insalvable para el francés como iniciador. Zurdo cerrado, con un control de pelota digamos discreto, sin capacidad de giro y sin saber aprovechar su enorme fortaleza corporal para proteger el balón con destreza; su rol de base le conducía a errores garrafales y fatídicos para su equipo casi sin remedio.
Además, dentro de la salida más orquestada y pausada que pretende Frank de Boer en los primeros pasos de cada jugada, Kondogbia se siente fuera de lugar. No abarca suficientemente bien la posición, no ofrece líneas de pase horizontales y seguras de forma constante debido a que su intuición siempre le empuja al desmarque vertical y la fluidez circulatoria inicial se resiente demasiado aunque Banega se deje caer por el círculo central ocasionalmente por necesidades obvias dentro de un equipo que se está caracterizando de momento, por la necesidad de llevar el balón al argentino en la mediapunta para que invente algo o hacia los costados para que Perisic o Candreva de manera individual hagan la jugada personal o busquen a Icardi, el jugador que capitaliza todo el sistema.
Si De Boer todavía quiere recuperar a Kondogbia para la causa también debe entender que no puede hacerle cargar con una mochila de dificultades cada vez que salte al terreno de juego, que tiene que situar en la base a un jugador mucho más cerebral para que el exsevillista, desde su perfil natural en la izquierda, vuelva a hacer aparecer sus virtudes para jugar y desplegarse en campo contrario -allí donde le gusta y sabe jugar- como una pieza que aproveche su físico demoledor y que devore espacios incluso desde la propia medular en ataques rápidos antes de soltar el cuero jugando de cara y ofrecerse como opción para una devolución ágil en la frontal o estar presto para recuperar bien arriba la posesión.
Aunque es evidente que el centrocampista -el cuarto francés que más dinero ha movido en traspasos en la historia tras Anelka, Pogba y Zidane- debe dar cuanto antes un puñetazo encima de la mesa en forma de rendimiento y espíritu colectivo si quiere ir recortando terreno a la involución que viene dibujando y no caer cada vez más en una espiral de ostracismo que le confirme como uno de los mayores despilfarros de la historia nerazzurra, depende de ambos, jugador y técnico, que Kondogbia sea cuanto menos una pieza útil para su equipo pese a que, hoy por hoy, en un Inter con prisa pero sin pausa, el regreso del galo a la platea de los mediocentros de notable nivel y de futuro esplendoroso, parezca poco menos que una quimera.
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