Andrés Iniesta volvió a ser providencial en el intento de revertir un resultado en contra.
Un tipo que lo único que deja entrever de la década de los 30 es el aumento de sus entradas en el cabello. Por el resto, parece aquel niño del Albacete Balompié, un hombre rejuvenecido en el terreno de juego.
El fin de semana finalizó poniendo en duda la evidencia de una Liga, a la que se miraba con recelo antes de su inicio. Una competición reinada por el binomio Barça-Madrid desde la temporada 84-85. Periodo de tiempo en el que sólo han permitido el acceso a un tercero, para desbancarles del trono en cinco ocasiones. Y desde hace cuatro años, aún con los puestos intercambiados, los mismos en el podio.
Récords de goles, de porterías imbatidas, y de sumas de partidos invictos. Una serie de logros reflejados bajo el mismo foco y exponiendo la gran diferencia entre clubes.
Pero lo cierto del presente de la Liga Santander es que los tres en discordia perdieron puntos frente al Alavés, Leganés, Las Palmas, Celta, Eibar o Villarreal. Se confirman aquellos que regresan a su mejor versión, la solidez de nuevos proyectos dando fruto, la pelea por resurgir y levantarse, y la secuencia de estilos que ya enamoraban. El que aparentaba ser el tercero de la lista, más avispado que ninguno, se adelanta con el liderato en la mano. Y el famoso binomio rompe aquella contundencia victoriosa.
Uno de esos batacazos implica a nuestro querido Andrés, que oteó con estupor desde el banquillo un marcador con tres goles en contra tras la primera parte. La reiteración de un bofetón ya conocido. En Balaídos, escenario terrorífico que persigue al conjunto azulgrana y a su técnico asturiano, que ya fue jefe de ese mismo vestuario. Y eso que, esta vez, Orellana se borró de la lista por lesión, y Nolito ya firmó su despedida con el Celta en verano.
Luis Enrique decidió dar descanso a Iniesta en la alineación de su 4-3-3, insistiendo en las rotaciones para dar minutos a su fondo de armario, y generando esta vez dos cambios en la línea del medio campo. Probablemente en una visita a domicilio demasiado peligrosa para aventurarse a retocar demasiado el once, que sin la presencia de Messi, ya no se viste con ese clásico chaqué para las noches de gala. Se supone que Lucho previó un partido en el que, debido al pressing, tendría dificultad en la salida del balón y no podría disponer de éste como de costumbre.
Un rival crecido, que empezó con el pie izquierdo y las travesuras del calendario. El Celta de Vigo no logró la victoria hasta la quinta jornada de La Liga, pero se ha reafirmado en una semana de buen paladar, seduciendo a Europa tras ganar al Pananthinaikos y conquistando a nivel nacional, enviando al campeón de liga de vuelta a casa con las mejillas sonrojadas, un tirón de orejas y el toque de atención que reclama intensidad absoluta.
Iniesta no estaba presente en aquellos diez minutos que elevaron el registro de tantos. Y el enamorado del fútbol volvió a palpar la dependencia de aquel hombre que dirige la orquestra, y que sin él la melodía no equilibra los arpegios.
Aunque el desgaste físico de los celestes en el segundo tiempo fue obvio, Berizzo jugaba sus armas, haciendo saltar al campo a Marcelo Díaz para cubrir la marca individual de Iniesta. Pero también era evidente la fluidez de un Barcelona con actitud y convicción para darle un giro al partido. Y Andrés fue artífice de esa expresividad por restituir.
Al Barcelona se le escaparon los tres puntos. Sin embargo, el encuentro dejó algo más. 45 minutos en los que Iniesta, cumpliendo los 600 partidos con la camiseta azulgrana, regaló de nuevo el recital que le distingue y el talante de un capitán que un día tomó la responsabilidad, abandonando una pizca de aquella particular timidez.
Andrés es una inspiración divina. Aquella capacidad de dar amplitud a lugares de dimensión diminuta. Corteja las gradas con asistencias mágicas, que parten de una mente privilegiada que anticipa el pase en su imaginación.
Protagonista entre los arquitectos que diseñan y construyen un juego que siempre pasa por sus mandos. Puro arte y creatividad. La mera insistencia de la búsqueda de espacios. La presa inalcanzable del corro que se define para rodearle a cual figura del patio del colegio, todos detrás de él.
Cada semana deleita con fantasía a las masas que le admiran. Le quieren retener en el terreno de juego por considerarle indiscutible en cada encuentro y necesario cuando las cosas pueden ponerse feas.
Existe un apego con Andrés que parece haberse hecho mayúsculo. Tras la despedida de Xavi, la coyuntura generó la duda del fútbol que acontecería sin la sociedad del dúo dinámico. Pero Iniesta se ha potenciado erigiéndose como la pieza clave del control.
Ya le dijo Pep Guardiola a Xavi Hernández: “Tú me vas a retirar a mí, pero ése nos va a retirar a los dos”
Aunque los descansos y las rotaciones son obvias en el cuadro de Luis Enrique, nadie quiere ver sentado a Iniesta ni un minuto. Por su espectáculo y porque es un tipo del que cualquiera puede encariñarse. Detrás de ese jugador de las mil maravillas existe un ser extraordinario. Un tipo sencillo, familiar y fiel a sus sentimientos. Más de uno ha tenido que besar el escudo dibujado en el fondo de su piscina. Detrás del genio, el origen desvela un niño de piel blanca que jubiló a su padre de la profesión de albañil, y cumplió con aquello de “ser futbolista y tener una buena carrera”. Una carrera que resume un palmarés más que envidiable.
Tras el crack que te hace un ocho en el campo, un luchador bárbaro, al que el destino le castigó injustamente con la tragedia y el dolor de perder un amigo y un hijo en la espera de su llegada. Una angustia vivida desde el otro lado. La de todos aquellos que pueden sentir la pena de un hombre noble.
La vida y el fútbol, su querido fútbol, va construyendo una lista que entona “el fútbol le debe una” para los capítulos más crueles que también forman parte de este deporte. Y así fue honrada la recompensa, que le devolvió una parte de lo que tanto dio, haciéndole el hombre que primero puso un club en pie en Stamford Bridge y que más tarde lo haría con un país entero en tierras sudafricanas. Iniesta, ovacionado en casi todos los campos. El héroe de una historia que nadie antes pudo escribir. La causa de la alegría de millones de personas refugiadas en el sentimiento del fútbol, aquella pasión desmesurada e incontrolable.
La humildad real de un humano que en el momento profesional más importante de su vida recuerda a quién se le arrebató. Dani Jarque, presente en el instante más significativo de la cronología del fútbol español, porque así lo decidió aquel amigo que sufrió un adiós inesperado.
Hay Andrés para rato, El individuo predilecto que, como la popular serie programada en prime time, te tiene enganchado al sofá y atónito ante el final del capítulo que te deja con las ganas y el ansia de más. Suplicando que no terminen los 90. Que el tiempo añadido rasque algún minuto más. Para que cada segundo sea un regalo en la leyenda del fútbol que cada uno guarda en su memoria.
Iniesta de mi vida, de la tuya, de la de tantos… Cuántas vidas interaccionando a través de Andrés. Cuántos balones ruborizados ante tanto mimo. Qué fusión entre unas botas y un pie, a falta de balón, de oro. Cuánto corazón que ensancha el mío, el tuyo, el de tantos…
Editora en SpheraSports. Especialista en Scouting y análisis de juego por MBPSchool. Sport Social Media. Eventos Deportivos
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