Por NACHO REQUENA | Cuenta la leyenda que Otto von Bismarck, allá por 1863 cuando era primer ministro de la extinta y malograda Prusia, tuvo la ocasión de recibir en su corte vienesa a un distinguido embajador español. Un saludo cordial, un apretón de mano y una frase en su recibimiento que quedó para la historia: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”.
Han pasado más de 150 años y no nos vamos a engañar: si cogemos esta cita y la aplicamos a la situación política-social-cultural de nuestro territorio en estos momentos, esta le viene como anillo al dedo. El último gran ejemplo: Rafael Nadal.
Si hay alguien al que se le debe respeto en materia deportiva, ese es el tenista manacorí. Pero no lo ha habido: lo hemos apaleado, ninguneado y vilipendiado. Enterrado. España es un país que no sabe cuidar a sus héroes, y la historia bien lo ha demostrado, por lo que el caso de Nadal sólo es uno más de una larga lista de la que deberíamos avergonzarnos.
Somos maestros cum laude en insultar e increpar, en cargar contra los nuestros. Un deportista que ejemplifica valores carentes en el grueso de nuestra sociedad. Una figura que ensalza códigos éticos que se deben enseñar a los más pequeños de la casa. Una serie de conductas donde el sacrificio, el trabajo y el tesón parten como premisa principal.
“Nadal está acabado”; “Nadal no volverá a ser el que era”; “Nadal siempre ha sido una mentira como tenista”. Todo malo, nada bueno. Y va Nadal y logra un oro en el dobles masculino y casi un bronce en el individual. Tras casi cuatro meses lesionado. No aprendemos. Si el español medio jugara a ser pitoniso, su cabeza ya estaría cortada. “Estoy agotado tanto física como mentalmente”, decía Rafa ayer tras jugar contra Nishikori. 24 horas después, ya está en el Masters 1000 de Cincinnati porque “quiero hacer un esfuerzo por meterme entre los ocho primeros y voy a pelear por ello”. Quien no quiere a Nadal no quiere a su madre.
14 Grand Slam, 28 Masters 1000, 69 títulos individuales, 4 Copa Davis y 2 oros Olímpicos. Y todavía hay gente que lo pone en duda, que incluso se cuestiona que estamos ante el mejor deportista español de todos los tiempos. El otro día comentaba David Jiménez, compañero de El Mundo, que deberíamos “Nadalizar España”. Ayer, viendo cómo algunos se alegraban de la derrota de Rafa ante Nishikori, quizás lo de “Nadalizar España” esté lejos, más cuando el respeto, base previa al trabajo, brilla por su ausencia.
El día que Rafa abandone una pista, y volvamos a las miserias a nivel tenístico, será cuando lo echemos de menos. Mientras tanto, los que le guardamos honor disfrutaremos de él. Velaremos por su descanso. Todo por cambiar esa maldita frase que el bueno de Otto von Bismarck pronunció hace siglo y medio. Por no autodestruirnos como país, que la broma ya se ha hecho pesada.