Un 22 de septiembre de 1996 Arsène Wenger fue nombrado oficialmente entrenador del Arsenal. Su objetivo al frente del club Gunner era formar una dinastía que pugnase con los dos clubes más prestigiosos del país, Manchester United y Liverpool, y hacer del Arsenal campeón de Europa por primera vez en su historia.
En Mónaco logró ser campeón de la Ligue 1 y la Copa de Francia y, aunque mucha gente tal vez lo desconozca, estuvo año y medio entrenando en Japón, en el Nagoya Grampus, y conquistó la exótica Copa del Emperador. Otro de los aspectos que precipitaron su fichaje por el club de Londres fue su buen ojo para los fichajes. Su reputación como descubridor de jóvenes promesas es legendaria.
Los inicios en el mítico Highbury fueron exitosos y llamaron al optimismo a la afición local. En su segunda temporada como entrenador del Arsenal logró un doblete de Premier League y FA Cup, el segundo en la longeva historia del club Gunner. Pronto también enamoró su visión de mercado y las incorporaciones de Robert Pirés, Freddy Ljunberg y sobre todo Thierry Henry hicieron creer que levantar la orejona no era un utopía.
En la temporada 2001/02 repitió hazaña y firmó otro doblete. Acostumbró a la afición del Arsenal a ser favoritos, a aspirar a todos los títulos. Sin embargo se le resistía ese éxito en competición europea y perdió la final de la Copa de la UEFA ante el Galatasaray en el año 2000. Pero no importaba -una derrota siempre duele, pero sus miras eran más elevadas-, querían la Champions.
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Su mejor año fue el 2004. Aquella temporada resultaron campeones de la Premier League sin perder un solo partido y la figura de Thierry Henry se erigió como uno de los mejores futbolistas del mundo. La dupla francesa de banquillo y delantera era letal y se sentían más favoritos que nunca. Nunca la opción fue tan real. Confirmaron su poderío con la FA Cup de 2005 que convirtió a Wenger en el entrenador con más títulos en la historia del club y firmaron un contrato para construir un nuevo y ambicioso estadio para consagrar al Arsenal como uno de los equipos más grandes de Europa.
Y la rozaron con las yemas de sus propias manos. En 2006 ante el Barcelona. Restaban apenas 15 minutos y el marcador a favor por un tanto para el Arsenal. Pero entonces Samuel Eto’o empató el partido y Juliano Belletti lo volteó milagrosamente para arrebatarle el sueño de muchos años al equipo del norte de Londres. Y desde entonces, nunca fue lo mismo.
El Emirates Stadium, lejos de ser su solución, ha perdido la magia que Highbury poseía y el proyecto ambicioso nunca se consumó. Su estrella, el mejor jugador de la historia del Arsenal, Thierry Henry, salió del club en busca de la Champions. Los fichajes de jóvenes promesas dejaron de surtir el efecto pasado. La grada ha dejado de idolatrar a Arsène Wenger e incluso ha pedido su marcha en varias ocasiones. El fútbol es así de injusto. El Arsenal merece una Champions y Arsène Wenger no merece que se olvide su leyenda, el entrenador más importante de su historia, y no puede salir por la puerta de atrás. 20 años después, su gran objetivo parece más lejano que nunca y su futuro -termina contrato en 2017- más incierto que nunca. En fin, ya saben el dicho: no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos.