1 de
mayo del 2005 y 14 de marzo del 2018. Prácticamente 13 años de diferencia entre
ambas fechas. Existe un elemento común entre sendos días: Leo Messi. El astro
argentino es aquel jugador capaz de abarcar trece años de la historia de su
club a un nivel inalcanzable. Y los que faltan por llegar.
Todo
tiene un principio en esta vida. Un chaval argentino que no alcanzaba la
mayoría de edad empezaba a deambular por el césped del Camp Nou. Su larga
melena, su baja estatura y su inaudita habilidad con el balón en los pies le
hacían destacar por encima del resto de jóvenes promesas. Incapaz de articular más
de cinco palabras seguidas, siempre aparcaba la timidez cuando el balón llegaba
a sus pies. Entonces éramos nosotros los que nos quedábamos sin palabras.
La
adaptación de un adolescente en un vestuario repleto de adultos se antoja
complicada. Es aquí cuando aparece la figura del padrino. Dícese de la “persona que ampara y protege a otra, y que a veces emplea su poder para facilitarle la consecución de algo”. Ronaldinho cuidó de Messi en la etapa
de adaptación al primer equipo e hizo uso de su magia en las botas para hacer
que el argentino rompiese el cascarón.
Aquel 1 de mayo del 2005, el
brasileño no hacía más que buscar a Leo. Pase de cuchara desde la frontal, bote
del esférico y remate con el interior de volea al fondo de la red. Y se produce
uno de los abrazos más sinceros que jamás han visto los aficionados del Barça.
Con este gol se escribe el primer párrafo de la mayor obra literaria que el
fútbol podrá ofrecernos.
Avanzamos 4.701 días en el
futuro. Casi nada. 14 de marzo del 2018. Un joven francés de 20 años está a
punto de disputar el que, hasta la fecha, es el partido más importante con la zamarra
azulgrana. Su edad, su coste y las lesiones que ha sufrido están haciendo de su
adaptación al equipo una difícil –y comprensible–tarea. Leo Messi, consciente
de lo complejo que resulta dar el callo siendo un adolescente en un mundo de
adultos, se disfrazó de Ronaldinho para apadrinar a Ousmane. Robo en el centro
del campo, conducción inalcanzable superando a dos adversarios, pase a punto de
caramelo dentro del área y cañonazo por la escuadra. Tan solo hay que ver la
sinceridad con la que Messi abraza a Dembélé para entender la importancia de
este tanto. El argentino cede el testigo que recibió de manos del brasileño al
joven francés. Solo el tiempo dirá si este es el inicio de una gran obra o
quedará en un mero borrador.
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