Dos minutos. 120 segundos. Treinta parpadeos. Las embestidas del PSG pueden durar lo mismo y romper en pedazos lo que cualquiera haya fabricado con paciencia. La victoria del Barça en el Parque de los Príncipes, más allá del marcador, tiene una clara conclusión: volver a competir. Los de Xavi no se dejaron arrastrar, aunque muchos debutaran en una contienda de tal calibre, ni por el cartel ni sus nombres propios. Supo descifrar lo que necesitaba el partido: atrevimiento, interpretación, convicción y dirección de campo. Todo funcionó. Sin saber qué sucederá en los 90’ que esperan en la montaña mágica, ‘que les quiten lo bailao’.
Más allá de la maestría de Gündogan, el jugador que ha creado más oportunidades en la competición, la lectura impoluta de Lewandowski, la incuestionable energía y profundidad de Raphinha, el dominio de Koundé en el lateral para anular a un talento individual como el de Mbappé, la fantasía que se reproduce en cuanto Pedri pone un pie en el césped, la salida de presión y los pases para arrancar la jugada de Pau Cubarsí, el defensa más joven en ser titular en unos cuartos de Champions, la competencia de Araujo para acorazar los espacios, entre otros, fue la capacidad colectiva para reaccionar y no perder la personalidad ante la dificultad lo que explica, en gran parte, la ventaja que ha traído el Barça en la maleta como souvenir de París.
Algunos creen que sufren de presbicia anticipada y necesitan gafas para volver a verlo. Y creerlo. Seamos realistas, y no oportunistas. Muy pocos esperaban lo acontecido ayer. Tras los últimos años, los fantasmas habían traspasado las paredes del vestuario y se habían colado en los hogares culés. El aficionado, después de un tiempo viviendo entre espejismos, con la confianza mermada y la esperanza tambaleándose, volvió a sentir ese sufrimiento por defender lo que su equipo había logrado. Esa sensación de los minutos finales, en los que sabes que todo puede cambiar de un momento a otro, es la hostia. Una especie de orgasmo y su respectivo trance. O la ‘Petite mort’, si en Francia prefieren llamarlo así.